Actualizado el 14/10/2020
Aparece aquí una representación tribal de la Rueda de la Fortuna en color cabreado y con detalles rojos. Es sobrado impactante este maniquí no sólo por la seriedad e intensidad que contiene, sino asimismo por todo lo que representa.
La veneración a la diosa Fortuna ya existía en la época romana, donde se la consideraba como aquella que concedía un tipo de buena o mala suerte de forma casi arbitraria. En esta época la Fortuna se relaciona con la idea del destino, siendo éste incierto, dudoso e impredecible. Por lo que concierne a su iconografía, normalmente esta diosa aparece vinculada a la rueda de la fortuna, que puede torcer bondadosamente cerca de la persona en cuestión o volverse trágicamente contra ella.
Esta misma idea fue recogida después por un género de monjes del medievo -llamados a sí mismos “Los Goliardos”-, en un conjunto de composiciones poéticas. Los mencionados clérigos eran desertores de los estudios religiosos, clérigos vagantes constantemente perseguidos por el orden imperante, que se vieron obligados a refugiarse en el bajo mundo de juglares, saltimbanquis, delicuentes y artesanos. Esto les llevo a reflectar en sus interesantes poemas un toque de picardía y trasgresión poco popular en la obra religiosa de la época. Escribieron sobre temas mundanos como la fortuna, el sol, el azar, la rapto o el aprecio y siempre con un tono irónico que pretendía transgredir toda norma impuesta.
El conjunto de poemas llamado “Carmina Burana” fue popularizado magistralmente por el compositor germano Carl Orff, quien seleccionó los temas más representativos de los clérigos vagantes para convertirlos en una colosal obra musical. Hoy en día, sólo con escuchar los primeros acordes del “Fortuna Imperatrix Mundi” (Forturna Emperatriz del Mundo), ya reconocemos su cadencia entera y sabemos que su triunfo perdurará para siempre.
Sólo junto a asegurar que la referéndum del tatuaje ha sido ingenioso.